27 de julio, cumpleaños de don Miguel, Autor: C de N Juan Carlos Llosa P.

Recientemente leía un artículo publicado en The New York Times, en el que la novelista norteamericana, Tara Ellison, narraba lo duro que le fue vivir en su niñez el abandono de su padre, lo que le había dejado una herida muy profunda. Tal debió ser la aflicción, especialmente cada 27 de julio día de su cumpleaños, del pequeño Miguel Grau Seminario que creció correteando por los muelles de Paita llevando a cuestas la ausencia de su madre, como lamentablemente sucede con tantos niños en el mundo. Cuando doña Luisa Seminario Del Castillo murió en 1871, vivía en Lima muy cerca del hogar del hijo jamás reconocido, al menos públicamente. No hay rastro de ella en el epistolario personal del más grande héroe de nuestra Patria.

Ni una palabra. Como ni una sola palabra para él en el testamento de la dama piurana. Difícil juzgar con los preceptos de hoy, las presiones sociales de una época tan distinta a la nuestra. Aquella circunstancia tuvo gran afectación en el carácter de Miguel, que fue un hombre reposado y sensato en la vida cotidiana, pero a veces de furiosas y violentas reacciones sobre todo en el combate, que aprendió con el tiempo a sosegar, así como también de una tristeza impregnada en el alma que lo hacía darse a la fatalidad, de ahí muchas de sus frases durante la campaña naval.

No obstante la vida le reservaría grandes momentos de felicidad. En 1867, formó un hogar con una linda jovencita limeña llamada Dolores Cabero Núñez de 23 años, de buena cuna, como dirían las abuelas de su tiempo.

Desde los 9 años, su familia habían sido el capitán Herrera, los buques y el mar. Ahora con Doloritas, como el la llamaba amorosamente, había logrado fundar el hogar que hubiese querido tener con Juan Manuel y Luisa, sus padres, que debieron haber vivido un amor intenso y recurrente porque además de Miguel tuvieron a Dolores, Enrique y Ana, con los que siempre fue muy unido. Doloritas, recordaría en una entrevista muchos años después de su inmolación en Angamos, que Miguel, su esposo por doce años fue “un hombre fino como pocos, dulce suave, nunca lo vi descomponerse ni poner en la casa la nota grave de su desagrado, pero eso si en su barco era tremendo. La disciplina había de cumplirse a toda costa”.

El poeta español Fernando Velarde, icono del romanticismo hispano decimonónico, y que fue profesor y amigo de Grau en su mocedad, escribió de él un poema memorable tras su muerte: “Siempre fue fausta para mi tu estrella (…) nunca fuiste risueño ni elocuente, y tu faz pocas veces sonreía, pero inspirabas entusiasmo ardiente, cariñosa y profunda simpatía”.

Cuando Papá se fue la última vez, sus 8 hijos tenían entre 11 años y 7 meses. Pocos recuerdos quedarían de él en los menores. María Luisa, que tenía 6, añoró por años las cosquillas que le provocaban las anchas patillas de Papá, cuando la alzaba para besarla tiernamente.

Cuanta falta debió hacerles el resto de sus vidas, el enorme y maravilloso corazón de su padre, cuyo amor a ellos y a Dolores estoy seguro, fue su mayor fortaleza para encarar los momentos de mayor peligro en la guerra. Imaginémonos por un instante, a nuestro gran héroe, figura extraordinaria de la Patria, que nos llena de un orgullo luminoso e irreversible a tantísimas generaciones de peruanos, rodeado de sus hijos, celebrando su último cumpleaños en familia, el 27 de julio de 1878.

Hoy a 186 años de su natalicio, no podemos dejar de recordar al Gran Almirante del Perú, que está allá en el cielo, rodeado de los suyos por siempre, y agradecerle por su legado que es inagotablemente aleccionador para cualquier época, y tal vez más aún para la que nos ha tocado vivir. Feliz Cumpleaños, don Miguel. Juan Carlos Llosa Pazos