Era un jueves del 2008 como cualquiera para mí, actualmente mis jueves son “de motos” pero en ese entonces como piloto de helicópteros de la marina, amaneció con un inusual brillo solar que no es común en los últimos días de mayo en esta ciudad llamada Lima “la gris”, por lo mismo.
En la actividad, un día así me resultaba fabuloso porque ese día teníamos previsto operar con una fragata de las muchas que salían a navegar para acompañar en cierto tramo de su navegación a una que participaría con buques de otros países en un conocido ejercicio multinacional llamado “Unitas” (que fascinación de los gringos por nombrar cosas en latín) el cual tendría una duración de varios días. Aprovechando esta coyuntura y durante esa navegación el suscrito, más un alumno y el mecánico del helicóptero Bell-206 llamado “Paloma” (poco guerrero el apelativo por ser un helicóptero de instrucción pequeño, pero siendo un ave no le venía tan mal), en donde realizaríamos unas prácticas de despegues y aterrizajes en su plataforma porta-helicópteros, como una última etapa de vuelo antes de graduar de copiloto al buen “Garrincha”, pues la sal del mar es imprescindible para graduar a un piloto de helicópteros de la Marina.
Una vez que nuestro Mecánico de nombre de combate “Lau” (todos usábamos apelativos que por detrás cuentan historias, el mío era “Raptor” por cierto, ¿por qué será?) nos dio la “luz verde” de que la máquina estaba lista para hacernos al aire, despegamos a las 08:00 horas, hora exacta en la que se iza el pabellón nacional en todas las instalaciones de la Marina de Guerra del Perú, con rumbo a la fragata que estaba esperándonos frente a la bahía del Callao.
Todo fluyó muy bien y como el tiempo iba a nuestro favor, una vez terminamos con los despegues y aterrizajes de práctica en el buque, apagamos el motor para esperar la siguiente fase de instrucción.
Mientras todos los demás buques incluyendo el nuestro iniciaban la travesía, “Lau” preparaba al fiel helicóptero para su siguiente vuelo que sería con el buque navegando, considerando esta fase como el pináculo de la instrucción para los pilotos aeronavales de helicópteros.
Ya mar adentro y fuera de visibilidad de la sinuosa costa, mientras descansábamos en nuestros camarotes, se oyó casi como un susurro casi desapercibido, camuflado entre las olas del mar y el ruido incesante de las maquinas, un llamado repetitivo por altavoz que ordenaba a todo el personal del buque la “operación con helicópteros”, seguido de unos toques de sirena. Estaban ordenando que mi helicóptero tenía que salir a operar y yo ni pu#@ idea, pues estábamos relajados y descansando contrariamente a lo que se cree, con toda la bulla de una nave que tiene cientos de almas trajinando en su vientre.
Como sus inquilinos aquel día solamente para cumplir una fase de instrucción abordo, me puse en modo “vuelo” lo más rápido que pude y subí corriendo al puente de mando con cierta incertidumbre, ya que aún no era la hora programada para nosotros.
El comandante del buque me comunicó que había surgido un inconveniente y que debía prepararme para salir de inmediato.
El buque nombrado para asistir al ejercicio “Unitas”, por un serio desperfecto en sus máquinas, le era imposible seguir navegando con seguridad.
Y como a menudo sucede en estas lides, a medio camino, “sobre el caballo”, el Alto Mando dio la orden de nombrar a la Fragata en la cual nos encontrábamos nosotros como el buque suplente, lo que agarró a todos por sorpresa. Ello significó que, entre ambos buques, el que se retiraba y el suplente, debían mover gente y material sin demora.
Se nos ordenó despegar lo más pronto, pero no para continuar con la instrucción de “Garrincha” sino para mover de inmediato a casi la mitad del personal y material de un buque a otro, a fin de proporcionar lo necesario para la nueva misión del suplente, es decir en buen cristiano: ¡mover un huevo de gente y cosas tan pronto como sea posible, pero con cuidado!
Ahora nuestra pequeña y poca espaciosa “Paloma” se transformaba, en menos de 10 minutos, en un semental de carga. Si el récord de la capacidad de un Volkswagen es 27 personas adentro, pues agárrense que con seguridad de este lado íbamos a romper ese calichín récord.
Mientras que ambos buques involucrados se ubicaban uno al lado del otro con una velocidad inferior a la normal (“había que esperar al cojo”) ocasionando un balance más de la cuenta, recibíamos las últimas indicaciones del controlador aéreo y ya sentados en la cabina del helicóptero, volteo hacia “Garrincha”, quien había demostrado sus habilidades en el vuelo previo y con tono burlesco le dije:
Una vez que llegamos al buque vecino, reinaba el caos logístico que conllevaba pasar todo de un lado al otro y, como era de esperarse, el “desatorador” de ese embudo éramos estos pechos peruanos que estábamos montados en ese “caballito de batalla” al que tuvimos que quitarle las puertas traseras, ya que había cargas que por volumen excedían el tamaño de dicha cabina.
Había hasta quienes querían meter el equivalente de una tabla hawaiana “Long Board” en un auto tico.
Demás está decir que para todos los involucrados, su propia carga era la prioridad para subir a la aeronave, y la pelea por la prioridad sería igual a la vehemencia de corredores de bolsa si las acciones de Facebook bajaran a 1 centavo. Obviamente al joven controlador aéreo le hacían tanto caso como a un testigo de Jehová un domingo a las 8 am.
Dentro de todo este caos, observaba a “Garrincha” como se estaba “curtiendo”, transformándose de a pocos en todo un “crack”.
A dios gracias el clima y la mar fueron favorables y terminamos el 1er. tiempo de ese violento “partido de Rugby”, para aterrizar en nuestro buque nodriza, recargar combustible y pasar “a la volada” un suculento almuerzo naval que fue devorado en un pestañeo, para saltar cual resorte al oír el nuevo llamado de operación con helicópteros, ¡todo esto en tan solo unos pocos minutos!
Durante este 2do. Tiempo del partido y con un mayor grado de confianza entre alumno e instructor, los aterrizajes empezaron a ser hechos por “Garrincha”, quien poco a poco se soltaba rapidez y precisión, pues la adrenalina también ayudaba a combatir el balance incesante de los buques que, como circos rusos flotantes y en movimiento pendulante, nos mantenían como sus trapecistas pasando de una plataforma a otra tantas veces como era necesario.
Ello nos permitió enfocarnos más y realizar con seguridad la misión y a la vez aprovecharla para completar la fase pendiente de “Garrincha” luego de la cual, ya no terminaría como “vigía del morro” esa tarde, sino que iba a llegar a casa celebrando como todo un copiloto naval de helicópteros, pequeña contribución de este servidor y del caos logístico de último momento que pareciera que hubiese sido adrede para sazonar la instrucción. Sudando la gota gorda, realizamos todo con la mayor eficiencia desarrollando una extraordinaria comunicación y coordinación en la cabina, que ni “Maverick y Goose” lo habrían hecho mejor (ambos se eyectaron antes).
Culmina nuestra odisea con el traslado del Contralmirante Comandante de la Fuerza de Superficie, la cual se hizo cerca al bello ocaso dibujándose en el horizonte de la bahía del Callao. Sin duda nuestra “Paloma”, con el gran apoyo de “Lau”, demostró ser un verdadero “Caballito de Batalla”, manteniéndose a punto y domado, pues se logró el objetivo de tener listo todo a tiempo y con la nueva fragata pronta a reiniciar su travesía.
Por último, se puede añadir que, esa humilde tripulación aeronaval ha sido la primera en obtener un “récord Guinness” (en sentido figurado) al contabilizar 70 despegues y aterrizajes en un buque ¡en un solo día!
Ahora que nos suelten otro toro…
Ya hoy, como oficial retirado hace algunos años, manifiesto desde mi lejanía, sólo física de la Institución y de la Fuerza a la que siempre amaré, el agradecimiento por la dedicación y profesionalismo de la tripulación, y por todas aquellas misiones en las que he tenido suerte de participar, extrañando y recordando todas y cada una con una anécdota diferente.