Corrían los 90 ́s, década de un crudo enfrentamiento contra los delincuentes terroristas y el Teniente 2do Tommy Lee, mi apelativo en la zona de emergencia (cuyo origen es producto de otra historia), durante su 2do vuelo como Comandante de Aeronave en la FT-100, (designación para el componente naval en la región donde estábamos operando) fue encomendado a trasladar víveres a las bases contra subversivas (BCS) que la Fuerza Infantería de Marina tenía desplegadas en la serpenteante carretera Federico Basadre, que era la única vía interprovincial que cruzaba entre otras, la ciudad de Pucallpa y el distrito de La Libertad – próximo al Boquerón del Padre Abad, donde se ubicaba una de las bases llamada Von Humboldt, toda la zona era de bastante actividad subversiva y por ello, bastante peligrosa para cualquiera y más aún para un helicóptero de la Marina. Jugosa presa para aquellos desadaptados.
Luego de aterrizar y desembarcar víveres en la BCS Von Humboldt, en cuyo helipuerto, para variar estaba acondicionada sobre una losa de fulbito – a la amigable gente del Oriente le puedes quitar todo menos sus “pichangas” de fulbito, el Teniente Primero, Jefe de la Base, nos pidió embarcar, por razones humanitarias, a una gestante para trasladarla a la ciudad de Pucallpa, debido a que en ese poblado no existía una partera disponible y menos aún personal sanitario que pudiera asistirla en su labor de parto.
Fue un noble y alentador encargo que también conllevaba una disyuntiva, dadas las condiciones poco usuales de la futura madre: se trataba de una adolescente de aproximadamente 12 años, 1.52 mts. de estatura y con un embarazo estimado por ella de 8 meses.
¿Debíamos cumplir con la normativa de traslado de gestantes, la cual entre otros aspectos técnicos prohíbe embarcar a futuras madres con estado de gestación avanzado y dejarla a su suerte o aprovechar la flexibilidad que otorgaba el estado de emergencia existente en la Zona y cumplir con el deber moral y altruista, asumiendo el riesgo de trasladarla, con la gran probabilidad de que inicie el trabajo de parto en el interior del Orca (designación para nuestro fiel helicóptero MI 8T) sin contar con enfermero abordo?
Fue necesario tomar una decisión rápida. Felizmente en la carrera naval también nos preparan para todo tipo de imprevistos, a diario “desayunamos, almorzamos y comemos decisiones” que impactan en muchas personas, decisiones que se soportan en nuestros valores morales y filosofía naval que desde el día 1 nos inculcan y refuerzan, para hacer de la sociedad un lugar mejor para vivir.
Evaluamos la situación con la tripulación y, a distancia, con nuestro oficial a cargo, el Jefe del Componente Aéreo, quedando muy claro que siempre el perfil humanitario debía prevalecer (la Marina es eso, se debe a la Patria y a su gente), sin embargo, la conclusión fue que ese traslado sería una decisión exclusiva del Comandante de la Aeronave, como diríamos ahora “te apoyo varón, pero eres tú el que te la juegas”.
Es así como uno se va formando en el discernimiento de lo que es correcto, infalible forma de aprender lo que uno tiene que hacer y sobre todo que tiene que hacerlo bien.
Una las tantas e invalorables cosas que aprendí, tiempo atrás, del Comandante “Chapeta” (que en paz descanse), uno de mis primeros instructores del Helicóptero Sea King SH-3D, fue: “nunca ceder a la inacción, por el contrario hacer lo que se deba hacer, pero siempre sin perder la sensatez”.
Llegado el momento de actuar, el “Curita” (nombre de combate del copiloto), respaldado por el ingeniero de vuelo y el artillero, si no me equivoco “Jano” (que en paz descanse) y “Murdock” respectivamente (como ven había cierta creatividad entre nosotros para crearnos esos apelativos), con su consabido flemático y sereno modo de expresarse, dijo:
– Chucky, cuñao, si estamos acá es por algo, llevemos a esta mujercita con cuidado y quizá nos nombren padrinos.- “Chucky” era mi apelativo de vuelo en tiempos de paz.
Siendo esta la gota de apoyo moral que necesitaba para inclinar la balanza de la decisión y luego de prepararle un improvisado asiento “VIP First Class”, iniciamos la evacuación aeromédica, moderando el despegue (que por naturaleza es algo abrupto por darse en un lugar confinado y con bastante carga, que generan ciertas vibraciones y sacudidas fuera de lo normal), llevando el vuelo de traslado de la manera menos turbulenta posible, para llegar a Pucallpa unos 36 minutos después, sin registrar novedad alguna.
Como parte del trabajo de pilotos, de algún modo ingrato, casi nunca podemos saber el resultado de las misiones de traslado cuando se trata de pasajeros, ellos desembarcan de nuestra aeronave, y no los volvemos a ver, por ello no supimos qué fue de la Joven madre ni de su hijo, solo que llegaron ambos sanos, salvos y justo a tiempo al Hospital, ya que a las pocas horas se produjo el parto, que felizmente resultó sin complicaciones.
Finalmente, la simbiosis entre la integración de la responsabilidad moral y el cumplimiento de la norma lograron su objetivo arribando con la joven a buen puerto, o mejor dicho en este caso, a buen aeropuerto, dando pie a una frase que hasta hoy me acompaña como mis mejores recuerdos de la Institución:
“Fallar no es una opción”