El papel de las fuerzas armadas en América Latina

En América Latina, las fuerzas armadas han tenido un rol mucho más complejo que el de simples instrumentos de defensa. Durante buena parte de su historia, estos cuerpos militares han sido actores políticos, garantes del orden (o del desorden), ejecutores de gobiernos de facto y custodios de ideologías diversas. Su evolución no es lineal ni uniforme: está profundamente marcada por factores históricos, ideológicos, económicos y geopolíticos.
Lo interesante de estudiar la evolución de las fuerzas armadas en esta región es entender cómo cada país ha moldeado su aparato militar según sus circunstancias. Desde los procesos independentistas hasta la actualidad, las fuerzas armadas han sido protagonistas en golpes de Estado, guerras civiles, conflictos fronterizos y, más recientemente, operaciones de paz y lucha contra el narcotráfico.
Hoy en día, hablar de fuerzas armadas en América Latina implica abordar un debate sobre soberanía, dependencia tecnológica, derechos humanos y también sobre presupuestos reducidos. En muchos países, la modernización militar no ha sido una opción, sino una exigencia geopolítica, aunque sin los recursos necesarios para lograr una fuerza verdaderamente operativa y versátil.
Orígenes históricos del poder militar latinoamericano

Las raíces de las fuerzas armadas en América Latina se remontan a las guerras de independencia del siglo XIX. Muchos de los líderes libertadores, como Simón Bolívar, José de San Martín o Antonio José de Sucre, eran militares con formación estratégica. Al consolidarse las repúblicas, las fuerzas armadas se establecieron como estructuras permanentes que, desde el inicio, compartieron funciones de defensa externa con el control del orden interno.
Durante el siglo XIX, la fragmentación política, las luchas caudillistas y las guerras regionales dieron forma a unas fuerzas armadas profundamente politizadas. A menudo, los militares pasaban del campo de batalla al palacio presidencial, en un ciclo casi naturalizado de intervenciones. El concepto de “militarismo” se convirtió en una característica común en países como México, Perú, Argentina y Bolivia.
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, algunos países comenzaron un proceso de profesionalización. El caso chileno, por ejemplo, destaca por su adopción del modelo prusiano, mientras que Argentina implementó reformas inspiradas en Francia y posteriormente en Alemania. Estos procesos de modernización buscaban estructurar ejércitos disciplinados, con academias militares y doctrinas estratégicas definidas.
No obstante, esta profesionalización no eliminó su rol político. Al contrario, les dio nuevas herramientas para influir en los gobiernos y en la organización del Estado. En muchos países, el ejército se convirtió en una de las instituciones más respetadas… y temidas.
Las fuerzas armadas durante el siglo XX: entre ideología y represión
El siglo XX fue testigo de una transformación profunda en la función de las fuerzas armadas. A medida que los Estados-nación consolidaban sus fronteras y sus instituciones, los ejércitos empezaron a adquirir un papel de guardianes del “orden interno”, particularmente durante periodos de agitación social y expansión de movimientos de izquierda.
A partir de la década de 1930, con la influencia del fascismo en Europa y el fortalecimiento de regímenes autoritarios, muchos gobiernos latinoamericanos empezaron a usar al ejército como pilar de sus dictaduras. Las fuerzas armadas no solo reprimieron revueltas o protestas, sino que también se involucraron en la administración del Estado.
Durante los años 60, 70 y 80, en plena Guerra Fría, el continente fue escenario de una polarización ideológica que influyó directamente en la actuación militar. La Doctrina de Seguridad Nacional, promovida por Estados Unidos, convirtió a las fuerzas armadas en combatientes de la “subversión interna”. Los regímenes militares de Brasil, Argentina, Chile y Uruguay fueron claros ejemplos de esta visión: enemigos internos, represión sistemática y control total de la vida política.
En este contexto, muchos ejércitos se modernizaron, sí, pero no con el fin de defender al país de amenazas externas, sino de “proteger a la patria” de sus propios ciudadanos. Esto dejó heridas profundas y duraderas, especialmente en términos de derechos humanos, desapariciones forzadas, torturas y censura.

La Guerra Fría y el alineamiento estratégico en la región
Durante la Guerra Fría, el ajedrez político global también se jugó en América Latina. La dicotomía entre el bloque occidental liderado por Estados Unidos y el bloque soviético tuvo un impacto directo en las políticas de defensa y la adquisición de armamento en la región.
Países como Colombia, Chile y Perú, en distintos momentos, recibieron armamento y entrenamiento militar de los EE. UU., mientras que otros como Cuba y Nicaragua, durante sus etapas revolucionarias, buscaron apoyo militar de la URSS. Este alineamiento geopolítico no solo implicó recibir armas, sino también doctrina, entrenamientos y, en muchos casos, alinearse con modelos de organización y mando de las grandes potencias.
Aquí es donde entra una observación clave de mi experiencia personal: en América Latina hay países que tienen una línea de armamento constante, como los provenientes de Occidente, y otros con más inclinación a lo ruso o de ese lado del planeta. La elección de uno u otro sistema no fue meramente técnica, sino política y económica.
En los años 80 y 90, con el fin de la Guerra Fría, muchos países se encontraron con un inventario militar híbrido: aviones soviéticos con radares franceses, tanques rusos con piezas norteamericanas… una mezcla poco funcional y costosa de mantener. Esta herencia sigue presente y afecta la operatividad de muchas fuerzas armadas hasta el día de hoy.
El nuevo siglo: modernización, presupuesto y geopolítica
Ya en el siglo XXI, la situación de las fuerzas armadas ha dado un giro. Muchos países han intentado renovar sus ejércitos, no solo desde el punto de vista del equipamiento, sino también en términos de misiones y doctrina.
Se ha pasado de la defensa contra un enemigo externo a la lucha contra nuevas amenazas: narcotráfico, crimen organizado, ciberseguridad, apoyo a desastres naturales, misiones de paz y protección ambiental. Esta redefinición del rol militar ha obligado a replantear presupuestos, estructuras y formación del personal.
El problema sigue siendo el mismo: los países de bajo presupuesto muchas veces no tienen mucho que escoger, sino que van por el precio antes que la funcionalidad, lo que complica la logística y la estandarización. El resultado es una fuerza con capacidades desiguales, dependiendo más de lo que pudo comprar que de lo que realmente necesita.
Algunos países, como Brasil, han desarrollado proyectos nacionales ambiciosos (como el avión Super Tucano o los submarinos con tecnología francesa). Otros han optado por alianzas estratégicas con China o Rusia para acceder a tecnología más asequible, aunque no siempre compatible con los sistemas occidentales.
Tecnología y diversidad de armamento: entre lo ruso y lo occidental

Aquí se acentúa una de las realidades más caóticas de los ejércitos latinoamericanos: la diversidad tecnológica. Mientras que algunas fuerzas operan aviones Sukhoi rusos, otras tienen cazas F-16 estadounidenses o Mirage franceses. Este mosaico bélico no es solo una rareza técnica, sino una gran fuente de ineficiencia operativa.
Como mencioné antes, comprar aviones de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y también tener tecnología europea o norteamericana no es tan versátil. En muchos casos, los países no pueden permitirse una cadena logística coherente, ni un entrenamiento homogéneo. Esto genera dependencia de proveedores externos para el mantenimiento, entrenamiento y repuestos.
Además, los intereses políticos y comerciales de los países fabricantes también influyen. Un embargo, un cambio de gobierno o una sanción puede dejar a un país sin acceso a piezas críticas para sus aviones, radares o misiles. Esto ha ocurrido en Venezuela, Argentina o Bolivia en momentos clave.
Por tanto, la elección del proveedor de armamento no puede verse solo como una transacción económica, sino como una decisión estratégica a largo plazo. Y es precisamente ahí donde muchos países han fallado, por priorizar el “precio” inmediato antes que la sostenibilidad.
Problemas estructurales y desafíos actuales de las fuerzas armadas

Más allá del armamento, los desafíos estructurales siguen siendo enormes. La falta de profesionalización, los bajos salarios, la corrupción interna, el abandono de los veteranos, y en muchos casos, la politización de los altos mandos, debilitan el rol institucional de los ejércitos.
Muchos de estos problemas vienen de arrastre histórico: durante décadas, los militares fueron parte del gobierno o del aparato represivo, y eso ha dejado huellas en su cultura organizacional. En la actualidad, aunque hay un esfuerzo por modernizar y profesionalizar, todavía se observan lógicas autoritarias, opacidad en los presupuestos y falta de control civil efectivo.
Por otro lado, la creciente participación de las fuerzas armadas en tareas policiales o civiles (como controlar protestas o entregar alimentos durante pandemias) ha desdibujado su misión. Esto genera tensiones con la ciudadanía y con las fuerzas de seguridad internas, y los expone a un desgaste institucional para el cual no fueron entrenados.
América Latina hoy: ¿evolución o estancamiento militar?
La gran pregunta es: ¿realmente han evolucionado las fuerzas armadas en América Latina? La respuesta depende del país que se mire. Mientras algunos han logrado reformas profundas, otros siguen atrapados en una estructura anacrónica, con una misión difusa y una cadena de mando politizada.
En general, el continente avanza hacia un modelo más profesional, pero con muchas contradicciones. Se aspira a tener ejércitos modernos, con capacidades de respuesta rápida y adaptados a las nuevas amenazas, pero sin los fondos ni la planificación estratégica de largo plazo.
La clave será lograr una verdadera planificación regional, con interoperabilidad entre países, programas de formación conjuntos, y sobre todo, una visión de defensa común. De lo contrario, la región seguirá teniendo fuerzas armadas con buen discurso, pero poca capacidad real.
Conclusión: Una mirada crítica y necesaria
La evolución de las fuerzas armadas en América Latina es un reflejo de sus propias tensiones internas: dependencia, falta de planificación, baja inversión, pero también resiliencia y capacidad de adaptación. No se puede entender el presente militar de la región sin mirar su historia de intervenciones, dictaduras, alineamientos estratégicos y conflictos regionales.
A día de hoy, muchas fuerzas armadas siguen atrapadas entre dos mundos: el del armamento ruso o exsoviético, y el de la tecnología occidental. Esta dicotomía técnica y política solo se resolverá cuando haya una visión coherente de defensa nacional, con soberanía tecnológica y planificación estratégica real.
Como bien sé por experiencia propia, es lo que hay. Pero lo que hay, puede y debe transformarse. Si América Latina quiere construir fuerzas armadas al servicio de la democracia, la paz y el desarrollo, necesita reformar desde adentro, invertir con inteligencia y aprender de los errores del pasado.